Nuestra donante empezó a tomar la medicación para iniciar el
ciclo. Esta parte del proceso dura aproximadamente tres semanas. Cada ciertos
días L. iba a la clínica donde controlaban la maduración de los óvulos. Cada
vez que la visitaban, desde la clínica nos mandaban un email con las novedades.
Hacia el final del ciclo nos comunicaron que habían unos veinticinco folículos.
El día de la extracción de óvulos recolectaron diecinueve, de los cuales
fertilizaron sólamente once. Al tercer día de crecimiento en la probeta, ya
solamente quedaban cinco vivos. Al quinto día seguían quedando cinco y
transferimos solamente uno. Los otros cuatro, esperaron al sexto día para
vitrificarlos. (¡Uau! ¡Seis días multiplicando células en una probeta! ¿Parece
increíble, no?)
No os quepa la menor duda que cada correo que recibes de la
clínica con el update es un estrés.
Temes el momento en el que te puedan decir que no han podido extraer óvulos, o
simplemente, que te digan que los embriones no han madurado. Da mucho miedo la
posibilidad de volver a la casilla de salida. (Y por desgracia sucede a veces).
La decisión de transferir un solo embrión también fue muy
meditada. No queríamos correr los riesgos propios de un embarazo múltiple. Las
estadísticas no eran malas del todo. El Dr. Kaplan nos habló de un 50% de
posibilidades de éxito. Así que lo intentamos… ¡Y funcionó! J. quedó embarazada.
No os podéis imaginar la ilusión al leer el primer mail de la clínica diciendo
que el resultado de la hormona beta era ¡positivo! Idealmente las betas se
tienen que ir doblando cada dos o tres días. Y así fue, hasta la semana cinco
en la que J. perdió el embrión.
Sabíamos que había un riesgo considerable de perder el embrión
hasta la semana doce, pero no pensábamos que nos fuese a ocurrir. Así que el
hachazo fue brutal.
Tres meses después de la primera transferencia lo volvimos a
intentar. Esta vez transferimos dos embriones. ¡Y nos quedamos de los dos!
(Miquel estaba entusiasmado, mientras que Gerard estaba contento pero un poco
abrumado al pensar en un embarazo múltiple!). Al cabo de quice días supimos que
había uno de los dos sacos que estaba vacío. ¡Pero el otro encontró la energía
necesaria para salir adelante hasta hoy!
La montaña rusa de sensaciones es intensísima. Cada email es
una sorpresa. Todo el tiempo piensas en lo mejor y en lo peor. Cuando un email
se retrasa, piensas que algo va mal. Cuando llega antes de lo previsto,
también… Y cuando estás feliz, ya estás demasiado exhausto emocionalmente como
para celebrar nada.
El proceso puede convertirse en una pesadilla para personas
poco maduras, pesimistas o parejas que no estén a prueba de bombas. Ya que el camino
está lleno de tropiezos, piedras y recodos. Es inevitable. Es la propia
naturaleza del proceso. Y seguramente es un sentimiento intrínseco a ser padre.
En otras palabras: desde el momento cero empiezas a sufrir, a sufrir como solo los padres pueden
hacerlo.
El primer embrión que transferimos con cinco días de vida. |
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